Soy como quieran los demás

SOY como quieran los demás. Afortunado soy, no crean: que me adapto a sus caprichos sin ningún tipo de resistencias. Aún más, me enorgullezco de ello. Si me miran mal soy malvado o malencarado, según los matices; si caigo bien, buena persona o de trato fácil, que parece equivalente pero en ningún modo es lo mismo; si tienen hambre de mí, les ofrezco un brazo, o mi garganta, lo que prefieran; si necesitan desfogarse, me abro las entrañas para que escupan dentro. Y si precisan un compañero de diversión, soy también perfecto: bromeo, canto y bailo como el que más, y me río de los peces de colores cuando hay que olvidar que la vida es una tragedia.
En los entierros no puedo ser el muerto (aunque disfrutaría de lo lindo), pero sí el más apesadumbrado, el más triste –sin competir con los legítimos deudos, que es descortesía–, y en las conferencias soy el oyente ideal: me sitúo en las primeras filas y cierro los ojos, para deleite del orador, que se crece al ver cómo absorbo cada uno de sus argumentos. Incluso rabio visiblemente al comprobar cómo el resto del auditorio no aplica tanta atención.
En las riñas soy aguerrido hasta el punto que sea preciso para que la sed de ira de mi rival se sacie, no más, y mi venganza es lo suficientemente comedida como para descargar de culpabilidad al que me hirió, sin pretender mi propia satisfacción. Soy bonachón con los maquiavélicos y mordaces, para que se explayen con mi ingenuidad, mordaz con las almas cándidas que desean admirar a alguien, desdichado ante los que han sufrido mucho en la vida y tienden a encelarse. Soy torpe ante los vanidosos e inteligente con los tipos geniales que pueden brillar con mi asistencia. Ante los descubridores de universos soy un pasmado, soy frugal con los ascetas y derrochador con los miserables –lo que, por cierto, les transforma en los hombres más felices que haya conocido. Orgulloso con los retadores, humilde con los orgullosos, retador con los depresivos, depresivo con los vergonzosos, y con los que les gusta escandalizarse, un sinvergüenza.
Soy como tú quieres que sea, incluso aunque tú no alcances jamás a adivinar lo que realmente necesitas: me adelanto a tu conciencia. Soy el guardián de tu autoestima, el que se desvela por satisfacer tus miramientos. Dándole una acertada y virtuosa vuelta a la conocida frase, mi lema existencial, el que figura en la cabecera de mi cama, reza: “tus órdenes son deseos”. Soy tu complemento perfecto y circunstancial, soy tu amigo eterno, soy tu amante más ardoroso, tu compañero, tu novio formal, tu chulo, tu exmarido, un desconocido que pasa, tu pasión oculta, tu condena de por vida.
Soy fuerte en tus momentos de debilidad, pero cuando eres enclenque, para no destacar, soy como tú: una piltrafa humana. Y si eres muy fuerte yo seré otro campeón que admire tu fortaleza. Puedo ser tu abogado si tienes querellas, tu fiscal si estás pidiendo que te arranquen una confesión, tu juez si es justicia lo que precisas. Sirvo de espejo si quieres mirarte en otro, contrastarte, medir el brillo de tu mirada, comprobar tu arrogancia, sentirte único en el mundo –que lo eres, y mucho–, hablar contigo a solas. Soy el reposo de tu guerras personales, el capitán de tu poco coraje, el mensajero de tus disposiciones, el sacristán de tus misas, el dios de tus oraciones, el centro de la diana que busca tus flechas, el firme adepto de tus mentiras, el poema de tus quimeras –por muy simples o turbias que parezcan. Soy el hombre de tus sueños, el monstruo de tus pesadillas, soy tu galán, pero también puedo ser, si así lo prefieres, el rufián, la víctima, el más insignificante secundario sin texto, el ayudante de cámara o el malo de la película. Soy la desidia, la luz, el verso, la furia, el temor, la melancolía, el fuego... lo que sea menester, lo que necesites.
Y si lo que deseas de mí es que sea como yo querría ser, que sea libre, si lo que quieres es que sea yo el que me invente en cada instante a mi manera... también lo intentaré, te lo prometo. Aunque sea lo más arriesgado, lo más agotador, lo más penoso. Juro que me erguiré de mis cenizas tras cada fracaso y que lucharé día tras día por ser yo, simplemente yo. Por ser yo, a secas. 

Pero, no lo olvides, solamente si eso es lo que tú deseas.